¿Por qué necesitamos prevenir?
Porque existen los glaucomas crónicos. Son silenciosos, no
producen dolor ni otros síntomas que alerten al paciente. Además, tarda años en
producir una pérdida visual significativa, pero esta pérdida no afecta
inicialmente al centro. Su lenta progresión y el preservar el centro hace que
se nos pase desapercibido; el paciente glaucomatoso inicialmente no se da
cuenta de que va perdiendo campo visual periférico. Con lo cual ya tenemos el
primer problema del diagnóstico: el paciente por sí solo no va a ir al médico,
o por lo menos no en las etapas iniciales de la enfermedad, que es cuando
realmente podemos mantener una buena visión con el tratamiento.
Por ende es necesario establecer estrategias de prevención:
acciones diagnósticas en personas que no tienen síntomas, para evitar pérdidas
visuales graves en el caso de padecer glaucoma. La evidencia científica
acumulada al respecto es abrumadora: nadie duda de que cuanto antes tratamos un
glaucoma el pronóstico visual es mejor.
Los errores más comunes al prevenir el glaucoma
Debemos aprender de los errores del pasado para darnos
cuenta que no toda estrategia preventiva va a ser positiva, por muy buena
intención que tengamos. Podemos producir más daño que beneficio. Podemos hablar
de las campañas de cribado del cáncer de mama, cuya eficacia es menos
rentable de lo que se pensaba, y los conflictos de intereses que hay
detrás. Sobre el cribado de cáncer de próstata podemos decir algo
parecido: el análisis objetivo de las campañas de prevención no parecen
aconsejar su uso indiscriminado.
Y es que cualquier acción en salud se asocia a un riesgo. No
podemos dar por válida una acción porque intuitivamente nos parezca claro que
los beneficios superan los riesgos. Eso hay que cuantificarlo, hay que medirlo
objetivamente, porque muchas veces nuestra intuición se equivoca.
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